Todos los tapatíos han pasado alguna vez por este edificio y son pocos los que saben que además de ser una gran finca antigua, se trata de una que lleva de pie desde antes de que Guadalajara se llamara así; ese viejo edificio es el Antiguo Hospital Civil, que ahora lleva el nombre de su fundador: Fray Antonio Alcalde -sí, también él le dio nombre a la avenida del centro-, antiguamente llamado Real Hospital de San Miguel de Belén.
El antiguo Hospital Civil lleva más de doscientos años atendiendo a los enfermos de la ciudad y ha sido parte de la formación de cientos de médicos, pues también funge como escuela de medicina y es el lugar donde los estudiantes de la Universidad de Guadalajara practican lo aprendido.
La propuesta de su construcción la hizo el obispo Alcalde y fue aprobada en 1771. El proyecto contemplaba, aparte del hospital, la construcción de una iglesia, un departamento para religiosas y un cementerio (el actual panteón de Belén). La primera piedra fue colocada por el Obispo Fray Antonio Alcalde en 1787 y no fue terminado sino hasta abril de 1794. El obispo murió antes de que la obra concluyera.
La importancia del hospital va más allá de todos los enfermos que han pasado por él, que sobra decir, han sido miles. En él se realizó, por ejemplo, la primera histerectomía abdominal total en la ciudad, que en términos no médicos, se trata de un procedimiento para remover la matriz mediante una incisión en el abdomen. También se realizaron los primeros trasplantes de córnea y renal, en 1967 y 1990, respectivamente.
Por otra parte, dentro del edificio, los techos resguardan murales que son patrimonio cultural de la institución. Éstos fueron realizados por el pintor tapatío Gabriel Flores, cuyos restos ahora descansan en la Rotonda de los Jaliscienses Ilustres. Historia de la medicina, es el nombre del gran mural que se reveló el 29 de junio de 1993 y el que, se dice, fue el que más satisfacción le causó al autor.
Como todo edificio antiguo, el Antiguo Hospital Civil de Guadalajara, alberga diversas leyendas de espíritus del más allá que siguen en el edificio, como el testimonio de varios pacientes y visitantes que aseguran haber visto a una religiosa con una linterna caminando a mitad de la noche entre los enfermos, quien de hecho sí existió y se encargaba de velar el sueño de los enfermos cuando no había luz en los pasillos del hospital.
Pero sean o no ciertas dichas anécdotas, la verdad es que el nosocomio ha visto llegar y partir, no siempre con vida, a un sinnúmero de enfermos y es una parte fundamental tanto de la historia, como de la vida cotidiana de la ciudad. Es otro de los tantos edificios históricos que vale la pena conocer, no sólo por su importancia sino por su valor cultural.